Cinco. No hagas rimas, que ya eres adulto.
Amigo CEO, o CEO del futuro, o potencial CEO, o persona que disfrutas de tu CEO o lo sufres, hoy te voy a contar algo sobre comunicación. Hace unos días te conté lo importante que es la dirección; luego, que tienes que crear un gran modelo de incentivos para que la gente haga lo que quieres que haga, que lo de inspirar mola, pero tú busca una buena zanahoria y la gente se lanzará a por ella; luego te hablé de la importancia de crear una cultura que permita el error y te dije que el mayor fallo de los CEOs, directores y presidentes de gobierno es que nunca se equivocan... en su cabeza; ayer te conté que, para que prospere el talento, además de todo lo anterior, tienes que crear espacios de crecimiento; hoy remato con la comunicación.
La dirección la tienes que contar.
Los incentivos hay que explicarlos bien.
Los errores hay que detallarlos.
Los huecos hay que mostrarlos.
La comunicación es el hilo que cose la cultura corporativa.
Ahora, ¿qué contar y qué omitir? Porque no todo el mundo tiene por qué estar al tanto de todas las cosas que pasan. ¿O si? Pues en mi modesta opinión, en la era de la sobreinformación, la transparencia debería ser una máxima, pero eso lo dejo para otro correo.
Hoy te cuento de qué contar, quién lo debe contar y cómo lo debe contar.
Voy con la experiencia de un pasado muy remoto, ya tu sabes.
Hace tiempo viví una pesadilla Huxleyana. A ver, Orwell escribió 1984 y existe el término pesadilla Orwelliana; Huxley escribió Un mundo feliz y yo me saco el término pesadilla Huxleyana por mi cara bonita.
Te cuento, 1984 es una distopía en el que un gobierno totalitario anula las libertades individuales a base de control, básicamente, si Stalin hubiera prosperado, ese era el mundo que nos hubiera tocado. Vamos, Corea del Norte en la actualidad.
Un mundo feliz cuenta cómo en el futuro, los líderes mundiales anulan la voluntad humana a base de entretenimiento televisivo, drogas y exceso de información. ¿Te suena? ¿No? Anda, deja de acariciar el móvil y despréndete de él durante dos horas seguidas, si no te entran sudores fríos, te creo.
Un mundo feliz introduce elementos guays, como el soma, una droga que no deja resaca y, claro, la peña está a tope con el soma.
Pero hoy quiero contarte la parte de exceso de información.
En esa vida pasada mía, alguien tomó la absurda decisión de dar el mismo peso a cualquier información. Había dos ideas: todos somos parte de la misma compañía, toda la información vale lo mismo, venga de quien venga; si no tienes una información que necesitas, pregunta, no esperes a que te la den.
Sobre el papel, precioso. En la práctica... ñe.
No te voy a dar detalles, pero que te quede claro, aquello no funcionó.
No funcionó por lo que te dije hace unos días: un CEO tiene que aportar dirección, está guay dar autonomía a la gente, pero no nos engañemos, el que pone la pasta acaba tomando decisiones que afectan a todos los empleados. Así que, si decides, das detalles. Es innegociable. ¿Cuántos? Todos los que puedas. Contar por qué decides, adónde crees que llevará esa decisión y cuándo se deberían ver resultados es la mejor manera de crear confianza.
Imagina que estás en una habitación con 20 o 30 compañeros y que, fuera de la sala, hay dos o tres personas decidiendo sobre lo que vas a hacer durante los próximos seis meses. Decidiendo quién se quedará, quién se irá y qué hará cada uno.
Pasan las horas y no entra nadie.
Imagínalo.
Creo que la metáfora es clara.
Pues eso.
Comunica más. Comunica mejor.