Leía el otro día en LinkedIn un post que decía que un líder no debe brillar, sino alumbrar.
Como si una farola no atrajera polillas y moscones y su única función fuera iluminar a otros.
Cuando yo tenía unos ocho o diez años, me dio por hacer la siguiente broma: tomaba una linterna, me colocaba en el balcón e iluminaba a la gente que llegaba a casa tarde del trabajo.
En cuanto veían el aro de luz, como si estuvieran en un campo de concentración y los hubieran pillado escapando, echaban la vista arriba para ver si identificaban al gracioso.
Nunca me pillaron, siempre tuve buenos reflejos.
Usamos mucho las metáforas para ejemplificar al líder molón, pero el liderazgo no es solo servicio.
Ni de coña.
Que sí, que te he dicho que todo el mundo tiene que liderar y es verdad, aunque no tengas el carguito, pero es que sin un carguito y sin más dinero en la cuenta, a ver quién es el guapo que se pone a asumir responsabilidad porque sí. O la guapa.
Y, sí, yo he dirigido equipos donde había uno o dos que cobraban una pasta. Bastante más que yo.
O me he echado el proyecto a mis espaldas aunque el título, la chapa de manager la llevaba otro.
Pero eso no significa que no me guste el brilli-brilli de la cadena de mando y tener unos cuantos más lereles en mi cuenta corriente a final de mes.
Pues claro que me gusta.
Así que, sí, yo quiero iluminar a otros, pero también me putoencanta la otra cara, la visible, la del estatus y la panoja extra.
Porque soy humano.
Y, sobre todo, porque no soy gilipollas.
Porque, tenlo claro, sin un incentivo, no lidera nadie.
Así que, sí, yo quiero iluminar a otros, pero quiero brillar más que los focos del campo de fútbol del polideportivo municipal.
Porque lo cortés no quita lo valiente.
Te robo lo de “sin un incentivo, no lidera nadie”. Brutal.