El otro día te hablaba del pH (pensar-hacer) y hoy te hablo del PR (pasión-razón).
Te cuento, cuando empecé a estudiar esto del liderazgo creía que los líderes históricos tenían un carisma natural que hacía que otras personas los siguieran hasta el fin del mundo.
La realidad, como siempre, es más compleja.
Supongo que la vida es recorrer un camino que otros ya han recorrido y confirmar por ti mismo lo que otros ya han deducido, así que espero que este mensaje te sirva a ti si peinas menos canas que yo.
La pasión es contagiosa y pegadiza.
Se te agarra como el bicho ese de Alien que no había forma de soltarlo hasta que no ponía un huevo de xenomorfito en su víctima.
La pasión es lo que mueve a la gente a sentir muy fuerte, es lo que invita a que otros se sumen a un proyecto, pongan en él todo su empeño y se lancen a conquistar otros planetas.
Poner pasión en el liderazgo es un billete para mover montañas.
Pero ojito, la pasión lleva a cometer locuras, es un combustible que alimenta egos, discusiones y movidas.
La pasión se tiene que equilibrar con la razón.
La razón es más aburrida, es desapasionada, es fría, la razón no te hace saltar de la cama deseando ponerte en marcha para vivir una aventura, pero es lo que te salva el culo cuando ves que una decisión igual no ha sido tan acertada o que un proyecto no termina de ir bien.
La razón no consigue adhesiones, pero mantiene vivo al equipo.
Así que, tienes dos opciones:
¿Eres racional? Déjate llevar. Ponle salsa a la vida. Empieza a abrirte emocionalmente a los otros, cuenta algo que te remueve por dentro y conecta con otras personas.
¿Eres emocional? Pégate a alguien con los pies en la tierra y observa, mira cómo toma decisiones y aprende.
La emoción está guay para conectar, pero es malísima consejera si tienes que decidir algo.
La razón es tu guía para planificar, pero nadie se va a subir a tu barco solo porque lleve remaches tungstenizados, se van a subir porque va a ser la mejor experiencia de su puta vida.
Pues eso.
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