Hoy te hablo del liderazgo distribuido.
Sí, eso que suena molón, tan startup, tan nos organizamos por células ágiles y autogestionadas.
Pues de eso.
El otro día alguien me preguntó por LinkedIn que qué opinaba de estos modelos. Y claro, me vine arriba.
Porque mira, el liderazgo tiene una parte muy poco glamurosa: la responsabilidad.
Cuando algo sale mal, ¿a quién le cae la bronca? Pues eso.
Si quieres que alguien asuma liderazgo, dale algo a cambio. Un reconocimiento, lereles en el banco, postre gratis en la cantina, algo. Que si no, nadie quiere comerse el marrón.
Que sí, que los modelos distribuidos de los de “aquí no hay jefes, todos somos líderes”, tienen su puntito...
Pero también sus pegas. Te cuento dos muy gordas:
Responsabilidad difusa. Si todo el mundo es responsable, nadie es responsable. Se eternizan decisiones, nadie toma las riendas, y si hay una cagada... ¿quién la asume? Respuesta corta: nadie.
Coordinación caótica.
Muy bonito eso de dividir por roles y grupos, pero si no hay una buena coordinación, lo que tienes es un puto caos. Uno decide dinamitar el puente sobre el que otro justo estaba organizando una fiesta. Con drag-queens y gente de marketing.
Y lo peor: de repente tienes a la misma persona con tres gorros. Responsable de marketing, consejero estratégico, coach de RRHH...
Personalidad múltiple corporativa, se llama.
Moraleja: claridad y responsabilidades definidas te dan el 80% del éxito.
Puedes jugar a distribuir la responsabilidad, pero asegúrate de definir quién es propietario de las decisiones.
Mañana más.
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